El rey benjamín dio a su pueblo uno
de los sermones más poderosos que se registran en las escrituras. Pocos hombres
han poseído a tal grado el atributo del amor cristiano y el servicio
desinteresado como el rey Benjamín. No era sino un hombre, “sujeto a las
debilidades normales del cuerpo y la mente, tal como sus semejantes” (Mosíah 2:10,
11). Su pueblo lo puso en el trono, pero lo más importante es que el Señor lo
consagró profeta.
Durante toda su vida sirvió al
pueblo sin pensar en buscar la riqueza. (Mosíah 2:11, 12.) No permitía que a su
pueblo lo arrojaran en calabozos, y rehusó permitir que se esclavizara a nadie de
entre su pueblo y para aliviar la carga de aquellos a quienes amaba y servía,
trabajó para ganarse su propio sostén. (Mosíah 2:13, 14.)
En su discurso final encontramos diversos
temas entre los que podríamos resaltar la importancia de la preparación para
ser instruidos en las cosas de Dios, el servicio desinteresado y el trato con
los semejantes. Pero más importante que todo la gratitud que se demuestra con hechos hacia
nuestro Salvador Jesucristo y su sacrificio expiatorio por medio de guardar los
mandamientos.
A ese respecto el élder Orson F. Whitney
escribió un poema titulado “El Capitán del Alma”. Se las comparto a manera de reflexión
sobre el papel de Jesuscristo y el agradecimiento que debemos sentir.
El capitán del alma
¿Lo eres de verdad? Pues, ¿Qué de Él,
que con su sangre te rescató?
¿El que de las aguas turbulentas
con desmedida valentía te arrancó?
¿Qué del Hijo, que por la raza caída,
sufriendo todo, todo aguantó?
¿De qué sirve tu encomiable fuerza
separada de su gran potencia?
Ruega, para que atravesando la sombra,
tu visión atisbe y luego sienta Su presencia.
Como burbuja en la ola, es el débil ser
mortal. Tú, que te dices
dueño de tu alma,
¿a quién, sino a El, debes gloria tal?
La libre voluntad es tuya, cierto,
para que escojas el bien o el mal;
pero es a El — a quien pertenece tu alma—
que responderás en aquel gran día final.
Hasta el polvo, entonces, tu cabeza inclina,
como parte diminuta de un inmenso plan;
Y reconoce a El, y sólo a El,
como el dueño de tu alma, tu excelso Capitán.